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Testimonio de Silvio Cuneo Nash en tributo al profesor Rivacoba

Testimonio de Silvio Cuneo Nash en Tributo al profesor Rivacoba
Leído en su acto Homenaje el 29 de Mayo de 2001


Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso (Chile).
 
Ante todo, deseo expresar mi más sincera gratitud a mis compañeros, esto es, a las últimas generaciones de alumnos del profesor Rivacoba, por haber pensado en mí y elegirme para hablar en nombre de los estudiantes de Manuel, en éste, su homenaje.

Aunque en honor a la verdad, debo decir que quien primero me invitó a este acto, pidiéndome que interviniese en nombre de los alumnos fue, hace poco más de un mes, el Doctor Claudio Oliva, solicitándome, sí, que fuese muy ubicado, que tratara de no molestar a los presentes y que procurara no hacer críticas.

Ubicado
, pensé entonces, y lo sigo pensando, es, en un homenaje decir cosas que le gustaría escuchar al homenajeado. Aunque sé que mi discurso difícilmente llegará al castel nobile y Manuel no interrumpirá sus cordiales pláticas ni con Homero, ni con Heráclito y desconocerá por la eternidad este acto, estas palabras son para él, y no son más, que las que brotan de mi corazón acongojado.

Significan el más sincero homenaje al hombre más extraordinario y consecuente que haya yo conocido. Haber llegado a ser su amigo, de esos que se cuentan con los dedos de una mano, es para mí, motivo de profundo orgullo y fortaleza, y es precisamente esa amistad, el principal título que justifica mi presencia en este tributo al maestro.

Procuraré: esforzarme por mantener viva su figura y sus enseñanzas más allá de la muerte y permanecer leal a sus doctrinas y a su noble ejemplo.

Antes de proseguir con esta intervención, creo prudente leer unas frases de Federico Fellini en relación a la crítica y a la censura, que el Profesor Rivacoba calificó de sabias y precisas.

'La censura es una manera de reconocer la propia debilidad e insuficiencia intelectual.
La censura siempre es un instrumento político, de ningún modo es un instrumento intelectual. Instrumento intelectual es la crítica, que presupone el conocimiento de lo que se juzga y rechaza.
Criticar no es destruir sino poner un objeto en su justo sitio en el proceso de los objetos. Censurar es destruir, o al menos oponerse al proceso de lo real.'

Pedirme, por una parte que homenajeara al maestro y por otra que no haga críticas es un problema grave que reclama una solución jurídica, cual estado de necesidad que sacrifica el bien jurídico de menor valor para salvar el de un valor mayor. Opto por un franco homenaje a Manuel aunque para esto sea necesario hacer algunas críticas, que Manuel siempre hizo y que, no debemos, nosotros, sus alumnos, callar.

Mi falta de diplomacia me hizo decir estas cosas al Doctor Oliva, quien a los pocos días me notificó que sólo por motivos de tiempo, habían decidido eliminar del acto la intervención de los estudiantes, que lo lamentaba, pero que ya estaba decidido, olvidando completamente al homenajeado para quien lo más importante en una Universidad son, somos sin duda, los estudiantes, sólo por éstos, decía Manuel, la Universidad existe.

Al conocer la decisión fueron mis compañeros, que, molestos y decididos, exigieron a la Dirección este espacio.
Razón tenía el viejo Manuel cuando decía que las cosas y los derechos que realmente importan, no son nunca concesiones graciosas de quien detente el poder.
Hace pocos días, Don Claudio Oliva, volvió a pedirme 'ubicación' y sus palabras ahora fueron más claras. Cito:

'Silvio: Que no sea que, por tus palabras, se decida no incluír más a los estudiantes en los actos de la Universidad'

Mas, pasemos ya al tema de esta disertación, que yo preferiría que fuese una conversación.

Corría abril de 1997. En nuestro Valparaíso poco faltaba a los árboles para quedar completamente desnudos, surgió entonces, una cátedra paralela de Derecho Penal impartida por un tal Manuel de Rivacoba y Rivacoba que, según decían a su favor, mucho sabía, y en su contra, que no sería sencillo aprobar.
Más, por consejo de un cercano amigo que por propia convicción, me inscribí en la cátedra, la que se inició a los pocos días.

El tal Manuel de Rivacoba y Rivacoba resultó ser un viejo de tamaño mediano, frente despejadísima, labios de niño taimado, postura erguida y mirada fuerte. Hablaba con mucha energía y a los pocos días nos dimos cuenta que el viejo era una autoridad, autoridad, que no es poder, sino más bien saber y todo el curso, que sólo éramos 10, lo escuchábamos con completa admiración.

Empezamos a averiguar de su vida y lo primero que supimos fue que estuvo preso por casi 10 años, suceso que impactó en mí con no poca fuerza.
Pasaban las clases, nos hablaba de Lombroso y del delincuente nato, de los leptosomáticos que eran como el flaco Pavez, del Pícnico y del Atlético; un día cualquiera, nos contó lo mucho que se había reído cuando supo de la fuga de los frentistas de la cárcel de alta seguridad y del gusto que le daba cada vez que alguien se escapaba de una cárcel.
Nos conseguimos un ejemplar de 'El Rodriguista', revista del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, pero como aún no teníamos confianza con el viejo, tuvimos que caminar sigilosamente por el pasillo que da a las oficinas de los profesores y...... en absoluto silencio, por debajo de la puerta, empujamos el ejemplar a su oficina.

'¡Adelante!' Gritó Manuel, .... y salimos corriendo.

La clase próxima, el viejo nos miraba, sin saber quien le había dejado la revista. Nos dijo:
'Me habéis dejado algo debajo de la puerta'

Un frío día de Invierno, al término de una clase, el viejo me llamó para decirme que había recibido un programa de un ciclo de cine que se exhibiría en nuestra escuela, y que había visto que yo lo organizaba; me felicitó por la elección de las Películas.

Creo que todas las he visto y son muy buenas -Me dijo- . Me gustaría volver a verlas.
El Ladrón de Bicicletas -Prosiguió- la vi hace muchos años. ¿Sabe dónde? -Me preguntó
'Ni idea' le contesté, y entonces Manuel dijo.
-¡En la cárcel!-

Sus palabras me golpearon profundamente, sentí miedo y no supe que decir.
-'Tenía yo como su edad cuando la vi y es una película grandiosa'- Agregó Manuel.
Seguía sin poder decirle nada, pero el hielo se había roto, y desde entonces fue usual que después de clases habláramos de algo. Muy pocas veces, precisamente, de Derecho Penal.
En cuanto al contenido de la asignatura, creo que a todos nos interesó mucho, pero nos resultaba difícil, principalmente por un curso prácticamente inútil de Introducción al Derecho, que debía habernos introducido al Derecho, cosa que por cierto, no había ocurrido.
Con Manuel aprendimos que la libertad no es sólo un presupuesto lógico del Derecho, sino también un valor que lo informa, integrando la dignidad humana y nutriendo, con otros, el valor jurídico fundamental: la Justicia.
Entendimos que el Derecho no es tal si no se orienta hacia la justicia y no se resuelve en libertad y que, en el hombre, sólo la bondad es humana.

También fuimos a las cárceles, estuvimos con los presos, vimos cómo eran explotados, trabajando en precarias situaciones por sueldos muy inferiores al mínimo.
Recuerdo especialmente una clase en que Manuel nos habló del amor libre, reconoció, con modestia, no haber podido cumplir uno de sus mayores anhelos, que era amarse con una monja.
¡Qué delicia! -Decía- Imagínense, quitarle una mujer a Dios.

También pude hablar con él de la muerte, del universo, de la nada, de Dios, del infierno, del Dante, de Giacomo Casanova. Me regaló varios libros y folletos, que leí y releí.
Cómo olvidar las muy gratas horas de conversación con Manuel; se me agolpan en el recuerdo y en la emoción, viven en mí, innumerables circunstancias en que hemos estado juntos, mis múltiples consultas, sus sabias respuestas.
El viejo era un Oráculo.
Y, cuando me hacía el honor de asistir a mis modestas charlas de cine, sentado entre el público, parecía un padre orgulloso.

La semana pasada, tuve el honor, de volver al departamento del viejo. Me recibió la señora Visitación, quien atendía la casa de Manuel desde hace treinta años. Ella fue leal, como Sancho Panza a nuestro Quijote, y apenas disimulando su profunda tristeza me señaló:
Manolito siempre me respetó, me trataba de igual a igual. Él, que sabía tanto, que lo solicitaban de todo el mundo.
Él fue a mi casa, comió con mi familia.
Él, con toda su sabiduría.
Qué distinto a otros que al verme así, humilde como soy, ni me miran siquiera,
Pero no me importa, Manuel es sabio y por que es sabio es humilde.

Esta señora Visitación que cuidó a la madre de Manuel, sabe más del viejo que cualquiera de nosotros, y me contó algunas cosas de gran utilidad para escribir esta breve e incompleta crónica.

Nació en Madrid el 9 del 9 de 1925. Ser hijo de los primos Esteban Rivacoba y Eulalia Rivacoba fue, según él mismo, la causa biológica de su locura.

Hijo único, regalón y mal criado, apasionado lector desde sus primeros años, cuando veía un libro que le gustaba, lo exigía y si no se lo compraban era tal el escándalo que hacía que la gente se amontonaba para ver quién intentaba dar muerte a ese pobre niño.

Ateo y figurón, con sólo ocho años se paraba sobre las sillas y con ese vozarrón que ya desde niño tenía, preguntaba '¿a qué van las mujeres a misa?'. Y él mismo respondía: Las mujeres van a misa a mirar al cura.
Y la familia se reía.

A los catorce años, esto es en 1939, Franco se impone en España. Su padre, pagó en la cárcel su esencia republicana, también muchos otros parientes, la tortura y la crueldad golpeó con fuerza a la familia Rivacoba. En 1940 muere su padre, principalmente por palizas y otras torturas propias de regímenes que en Chile ya hemos conocido.
Mas, Manuel, lejos de asustarse, inicia labores de resistencia contra la tiranía, luchando como buen republicano combatiente.

Su amor y su lucha por la libertad le ocasionaron casi diez años de cárcal, momentos de profundo dolor vive su madre, que semana tras semana veía los nombres de los condenados a muerte y, casi resignada, temía encontrar el de su hijo.
Estudió como condenado, primero Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, obteniendo la más notable licenciatura de su generación, luego Derecho, culminando la carrera con una tesis calificada de sobresaliente.
Por circunstancias y ocurrencias personales, se inicia en el Derecho penal.

Otra cuestión no menos dolorosa para Manuel, fue poner fin a un amor trigueño llamado María Rosa Orriols como consecuencia del encierro.
Pero el amor, que todo lo une, los reunió. Cincuenta años después, la vida y las circunstancias, a veces tan esquivas, ahora los enlazan en matrimonio, ya definitivamente.
Desde los barrotes a la Universidad, vestido a rayas, escoltado, cruzaba Madrid para rendir exámenes.
Se destacó como catedrático en España, en la Universidad de Valladolid, en Argentina en la Universidad Nacional del Litoral; también en Buenos Aires, en su Universidad Nacional.
Como alto dirigente de la República española en el exilio, en 1970 saluda el triunfo de Allende, valorando el cambio respecto de sus antecesores y la calidad de los juristas del nuevo gobierno, entre ellos a Eduardo Novoa.
El año 73, tras el inició del terror militar, alberga en su casa a estudiantes perseguidos.
Respaldó, como ninguno, los derechos y la participación de lo estudiantes en la Universidad, en 1983, contrariando al oficialismo actuó como ministro de fe en las primeras elecciones democráticas del Centro de Alumnos de esta Escuela desconociendo, así, al dúo de títeres instalados por el poder.

Nunca, ni siquiera en los momentos más atroces de Pinochet, cuidó o atenuó sus palabras, su actuar nunca fue acomodaticio, jamás dejó de gritar las injusticias, fue duro con la irracionalidad; en los últimos años criticó con fuerza al entonces candidato Lagos que, desesperado, y sólo por conveniencias electorales, admite firmar todo lo que diga Paz ciudadana, o lo que es igual, la ley y el orden, siempre que les convenga, estereotipando al delincuente, olvidando cuáles son las causas reales de la delincuencia.
Repudió a la Concertación, al presidente Lagos, a sus ministros y a sus asesores.
Escribió, como asesor del Consejo de Defensa del Estado, los alegatos para desaforar a Pinochet, en donde siempre habla de autoría o participación, jamás de encubrimiento, lamentablemente, la presidenta del Consejo optó por hacerle algunas modificaciones poco afortunadas.
Manuel, ante todo, era un universitario, y su concepto de Universidad era de una Universidad libre, a la que no molesta ni debe molestar la diversidad, no molesta el sacerdote ni el ateo, ni el de derecha ni el de izquierda, el que molesta y sobra en esta Universidad libre que Manuel concibió es el ignorante, el mediocre, el que no sabe.

Concepto muy distinto a la de quienes toman decisiones en esta Escuela, y que hoy, paradojalmente, homenajean al maestro, pero que, igualmente, rechazaron a su ex-alumno, brillante estudioso del Ius Puniendi, con estudios en Europa y publicaciones leídas en muy diversos países. Pero, aquí, no se le quiso. Porque, cuando se necesitan profesores de penal, se buscan en los cuarteles militares.
Y, entiendo, últimamente, se reincorpora como profesor de la clase de penal a un exitoso abogado llamado Juan Carlos Osorio, que nunca ha publicado ni posee estudios en el extranjero.
Pero, pareciera que lo importante, aquí, no es lo académico, sino las influencias, el poder, y, por sobre todo, las conductas mesuradas, ponderadas, recatadas y sumisas. Mis palabras, quieren, ser hoy las de Manuel, rechazando tales prácticas antiacadémicas, que, desgraciadamente, ya son instituciones en nuestra Escuela de Derecho.
Demás está decir que la cátedra de penal, calificada de débil por algunos tímidos, es, no sólo inútil, más bien dañina, como siempre es dañino entregarle facultades calificadoras a quienes no exhiben el básico nivel para dicha tarea.

Cátedra cuyo único fruto es un llamado Manual, que no pasa de ser, un collage desordenado e inarmónico de opiniones de diferentes autores, el cual Manuel tiró a la basura.

La última vez que conversamos fue un martes por la tarde; el viejo estaba en la sala de profesores, esperando impartir clase a unas juezas.
Hablamos del gobierno, y particularmente del ministro del ramo o, como lo prefirió llamar Manuel, el carcelero número 1 de Chile.
Riéndose de aquél, Manuel expresó: Dónde se ha visto un ministro de Justicia paseándose con una maquinita para detectar túneles en las cárceles.
Conocidas las orientaciones de Paz ciudadana, plasmadas en el nuevo Código procesal penal, Manuel me recordó las hermosas palabras de Antonio Machado:

'Dice el burgués: Al pobre,
la caridad y gracias.
¿Justicia? NO; justicias,
para guardar mi casa'.

Dos días después, Manuel viajaría a Mendoza, La semana siguiente se comprometió a invitarme un whisky de doce años el que tomaríamos con un amigo común.
Mendoza fue trágica, Manuel sufrió un accidente cerebral y no estaba nada bien.
Súbitamente, partimos Daniela Marzi y yo a verlo; lo encontramos inconsciente.

Ya en Santiago, y consciente, pese a tener un hemisferio paralizado, gran emoción evidenció al verme, su mano apretó la mía con mucha fuerza y cariño, su mirada inteligente y temerosa agradecía la compañía. Al despedirme, Manuel apretó mi mano no dejándome partir, ¿qué importaba perder el bus? Tan cariñoso signo de aprecio y cercanía me obligó a continuar acompañándolo.
Cuando se durmió partí. Me vine a Valparaíso tranquilo, él se quedaba con la Daniela, imposible que estuviese mejor acompañado.
Entonces, el diagnóstico médico era no del todo negativo, los médicos hablaban de una larga terapia, pero el viejo, cansado, se quería morir.
A las tres de la mañana, la llamada fatal, entendí allí que Manuel se había salido con la suya.

Al cabo de este ya largo, y posiblemente, enfadoso testimonio, escrito con lágrimas amargas y gratos recuerdos, que mucho me gustaría someter al contraste de vuestro pensamiento y de vuestro juicio, quisiera terminar recordando tres enseñanzas capitales del profesor Rivacoba:

Una, es que el Derecho no puede consistir, jamás, en un conjunto vacío de coerciones al servicio de quien haya sido elevado al poder o acaso sólo lo detente.

Otra, consiste en distinguir, entre cuantos se ocupan del Derecho, aquellos que llevan unas bisagras donde los hombres tienen sus riñones y están prestos a doblarse y a servir con sus conocimientos o con sus simples habilidades a cualquiera que les mande o que les pague, y los que lo estudian, lo enseñan, lo invocan o lo aplican con integridad de criterio y respeto a su genuina entidad. Sólo estos últimos, modestos o renombrados, son auténticos juristas.

Que nunca se pueda decir de ninguno de nosotros la crítica formulada a los juristas romanos que, 'con la misma tranquilidad e idéntico espíritu concienzudo, comentaban la Constitución despótica del Imperio que la ley de la república empapada en la doctrina de la libertad'.

Y, la tercera, de la máxima significación y valor, que ojalá sirva de lección elemental y decisiva, principalmente a los estudiantes de los primeros años, esos que no alcanzaron a conocer personalmente al homenajeado. Esta consiste en que el Derecho ha de orientarse a la Humanidad. Por consiguiente, cuando, regulando actos haya de restringir la libertad de los individuos y los someta a exclusiones más rigurosas, no podrá perder de vista ni de reconocer en quien infringe sus prohibiciones, el delincuente, y quien es objeto de la sanción, el penado, es y no puede sino seguir siendo un Hombre, sujeto de dignidad, que vive en convivencia y se realiza en sociedad, y como tal tiene que ser tratado.
Por esto, se proscribe del Derecho punitivo cualquier disposición o trato que mutile, desfigure o anule al Hombre, sea en su personalidad física, moral o social.

Por que, como dice Goethe,
'tanto si se ha de castigar como si se ha de tratar con dulzura, debe mirarse a los hombres humanamente'.
Muchas gracias.

Esperamos que la gente y, sobre todo, las personas de estudio, abandonen ante el delito las imprecaciones tremebundas y las actitudes irracionales, y se acostumbren a verlo, en cambio, como lo que es, como un infortunio propio de la condición humana y de la convivencia social, no mayor ni más temible que otros: que una grave crisis económica; que una guerra, grande o pequeña; que las aflicciones inherentes a muchas convulsiones políticas o sociales; que la inclemencia y el baldón de una tiranía. Infortunio, por cierto, que se puede y aun se debe reprobar con energía, pero que reclama asimismo su inteligencia y explicación; y, cuando se inquiere la génesis íntima de un conflicto o una desventura humana, suele surgir una honda comprensión entre los hombres y acabarse viendo en el otro un semejante, en el semejante un próximo, que es decir un prójimo, y en el prójimo un hermano.



Fuente:
http://www.foroporlamemoria.info/documentos/rivacoba_29052001.htm

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